D’Artagnan es un quinceañero alocado que sale de su casa paterna en la Gascuña, con quince escudos en el bolsillo, un escuálido rocín ocre, un bálsamo capaz de curar heridas, siempre que no estén muy cerca del corazón, una carta de presentación del capitán de los mosqueteros y dos consejos de su padre: "no temas las ocasiones" y "busca las aventuras".
En el camino a París pierde la carta, recibe una paliza y se encuentra con una mujer bella y misteriosa que será la causante de muchos de sus problemas posteriores.
Dumas padre parece que se inspiró en personajes reales para escribir Los tres mosqueteros en 1844
El mosquetero Celedonio, cien años después, subió a un tren en Soria después de darse una vuelta por una ciudad que no conocía y tomarse unos torreznos en la Casa de la Tía Apolonia, ilustre berlanguesa que tenía taberna en la Plaza de herradores. El tren lo llevaría a Barbastro tras muchas horas de viaje y unos cuantos trasbordos, donde le había correspondido hacer un largo servicio militar. El afan aventurero lo perdió por completo en aquellos duros años de posguerra en los que faltaba de todo, y a él y a sus cinco hermanos, también un trozo de pan con la frecuencia que el cuerpo tiene por necesidad.
Los consejos que recibió de su padre fueron los mismos que había escuchado desde que tenía uso de razón: "obedecer y trabajar, que a la gente honrada la quieren en to-los-laos"
En Barbastro sirvió en la cocina, y con cama y rancho asegurados, hizo como si no le faltara de nada, mientras soportaba docilmente el tiempo que tenía que pasar entre uniformes. Un capitán de cocina le preguntó una noche que cual era la comida típica de su pueblo, y sin pensárselo dos veces le contestó que el cardo con almendrucos, y le vino a decir, aunque con otras palabras, que en el sabor antiguo de esta comida de invierno, el veía mezclados en su justa dosis todos los olores de Berlanga, con el amor de su familia, mas unas salpicaduras de felicidad.
Después de la mili, un pariente le buscó trabajo en una fabrica de harinas de Zaragoza, donde ejercería de bestia de carga hasta su jubilación. El mismo pariente le presentó a la que sería su mujer, una moza de la parte de Agreda que trabajaba de zurzidora en un sótano lúgubre del Paseo de la Independencia, de donde el Celedonio la sacó antes de que perdiera la poca vista que le quedaba después de una rubeola intrauterina.
Hasta que murieron sus padres, El Celedonio aparecía un par de veces al año por Berlanga para ver a la familia y pasar unos días entre los paisajes de su infancia, esos que dicen que los lleva uno metidos hasta en el código genético. Después los hermanos, que ya andaban todos bajo otros cielos, vendieron la casa de las Yuberías, y dejó de visitar su pueblo con la misma resignación que había presidido toda su existencia, pero no por ello dejaba de relatar a sus tres hijas y luego a sus nietos, como eran los bailes y las diversiones de aquel pueblo que acababa de pasar por una guerra en la que nadie salió ganando, aunque algunos estuvieran convencidos de lo contrario.
Banda sonora: El mojado de Ricardo Arjona (vía Youtube)
Bos días amicus:
ResponderEliminarInteresante relato. Ante tanto desarraigo puede la necesidad dar prioridad a la supervivencia dejando placeres y contemplaciones para ocasiones mejores.En el fondo todos comparten,cada uno a su manera y punto de vista,el mismo sentimiento.
Cuando nos deshacemos de la propiedad que nos une a algo inicial, es cuando cortamos el cordón umbilical directo que tanta esperanza nos devolvía a los recuerdos infantiles y juveniles. En ese instante perdemos para siempre casa y dinero; aunque lo más importante es que se pierde la posibilidad de regresar por un tiempo y respirar el pasado.
Podrán parecer los relatos del ya viejo Celedonio chocheces de anciano, pero sólo así contándolos podrá él mantener el vínculo y la cordura que perdió con la tierra que lo parió.
Deica logo amicus.
Bos días, amigo Beato.
ResponderEliminarCierto es, como dice vuesa merced que es una tragedia dejar la tierra de uno. Por aqui ya lo vemos como normal, porque desde los cincuenta es práctica habitual en la gente joven. Pero no deja de ser una tragedia.
Vuelva usted cuando guste, por esta su casa.