5 de septiembre de 2012

Miré los muros...

Interesante reflexión de Elvira Huelves, vieja conocida de Radio 3, en el periódico CuartoPoder (5 de setiembre de 2012), sobre nuestro patrimonio cultural.
Una pared entera de la torre gótica de la iglesia de San Esteban de Valdespina, en Palencia, se ha derrumbado delicadamente para no destruir el tejado de esa iglesia, de planta románica, que conserva muchas obras de arte en su interior. Con sumo cuidado, la torre, vencida por el tiempo y el abandono, ha dejado caer, piedra a piedra, todo el muro sin que ninguna persona o animal haya sufrido heridas, sin que ninguna casa vecinal haya sufrido daños, excepto un corral que alojó los escombros. Qué detalle por parte de la torre del siglo XIV. Qué pena que las autoridades correspondientes no tengan esa misma sensibilidad con ella.

A pesar de las cartas internacionales de restauración, cuyos acuerdos empezaron en la reunión de Atenas, en 1931, y a los que siguieron muchos más, el último, en Creta, 2000, el compromiso ético de la conservación arquitectónica en España parece seguir bastante relajado. Se le pueden echar las culpas a la crisis, que se ha vuelto el ogro que lo explica todo, pero la cosa es más antigua y tiene que ver con la escasa sensibilización de la sociedad española –con sus dirigentes a la cabeza, dando ejemplo- hacia las delicadas formas de civilización y cultura que construyeron los antepasados. Que en España parece importar más el aspecto físico de nuestros representantes, con sus liturgias y sus coches oficiales para no quedar como pobretones ante la rica Europa, que la dignidad de nuestros templos. Será para que no nos tomen por misorreros, yo qué sé. Quevedo sí lo sabía.


Según UNESCO, Italia tiene más monumentos que son Patrimonio de la Humanidad que España, pero aquí no estamos tan lejos de ese admirable país en número de bienes culturales. En concreto, la comunidad de Castilla y León tiene el triple de bienes en peligro que otras comunidades, como Castilla La Mancha, Aragón o Andalucía. La vieja Castilla tiene 1.800 bienes de interés cultural declarados. Si a la Iglesia –como ha dicho el ecónomo de la diócesis de Burgos, Vicente Rebollo- le queda grande el gasto que supone restaurar sus bienes, que son muchos, a lo mejor podría la Iglesia ceder esos bienes por mor de su conservación a quien sí pueda gastarse ese dinero.

Ante la pasividad y las excusas que suelen poner los administradores, la gente se las ingenia para tratar de que no llegue la sangre al río. En Fuentespreadas (Zamora) los vecinos organizaron un mercado romano para sacar el dinero con que rehabilitar un muro de su iglesia. Otros, en Ituero de Izaba (Salamanca) custodiaron en sus casas las obras de arte que peligraban por las goteras de la iglesia, hasta arreglarlas, a base de apoquinar de los bolsillos del vecindario. En Aldehuela de Periáñez (Soria) –por lo general son pueblos pequeños- subastaron arte que sus autores cedieron desinteresadamente para arreglar la instalación eléctrica y otras chapuzas que tenía pendientes su iglesia. En Tartanedo (Guadalajara) el pequeño ayuntamiento buscó la colaboración de la Universidad Politécnica de Valencia, cuyos alumnos de Conservación han restaurado el retablo barroco de la iglesia del pueblo. Y así. Pero la lista es larga y algunos monumentos están para el arrastre, con perdón por usar un término taurino. Seguro que quien lea esto tiene en mente una ermita o un monasterio en malas condiciones; en Hispania Nostra piden colaboración a la gente común y corriente –que, al final, es la que funciona- para denunciar esos casos.



Y aunque la susodicha asociación conserve los tintes aristocráticos, un tanto pijos, de sus orígenes, convendrán ustedes conmigo en que, si su labor es fructífera ya merece la pena colaborar sacudiéndose previamente los prejuicios, que pesan y dan la lata. Su actual presidente, Araceli Pereda, ha dicho hace poco a El Cultural que se pierde más patrimonio en tiempos de bonanza que en las guerras; y no le falta razón. Miles de ejemplos en España muestran las barrabasadas de los pueblos en los que crecían como hongos las fachadas de casas alicatadas hasta el techo con azulejos de cuarto de baño y ladrillo feo visto. Para no hablar de las restauraciones fallidas que han estropeado circos romanos y fachadas de alcázares. Sería un no parar.

Por eso es bueno conocer las asociaciones a favor del patrimonio que proliferan y funcionan de variada manera, como la ADEPA más empeñada en denunciar que en promover acciones de conservación, o bien otras más profesionales como la AEGPC. Habrá miles de pequeñas asociaciones con las que colaborar. En otros países, cuya educación ha incluido desde la infancia el amor por lo propio, la participación en este tipo de actividades está generalizada. En España, a pesar de los ejemplos antes apuntados, padecemos esa carencia, como pasa con el paisaje, según se trató en cuartopoder.es hace algún tiempo. Nos gusta volver a ello. Nos gusta este país.

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