24 de enero de 2014

Leyenda de la Sima del Coborrón

Vivía en Berlanga, no hace muchos años, una joven muy pobre llamada Adelina, huérfana desde muy pequeña, que vivía con su abuela en una humilde casa en el barrio de Las Pedrizas.

La víspera de San Juan se levantó Adelina muy temprano y le confesó a su abuela con lágrimas en los ojos, que no podría asistir al baile de esa noche por no tener vestidos ni adornos propios para la ocasión. Todas las mozas de la comarca irían a la fiesta menos ella. La abuela trató de consolarla, explicándole que la belleza y la bondad de corazón no siguen el mismo camino que la posesión de riquezas o de palacios y que el premio para las muchachas buenas y lozanas como ella, era sin duda el encuentro del amor verdadero, más pronto que tarde.

Adelina confesó a su abuela el amor que sentía por el pastorcillo Serafín, que pastoreaba a menudo con sus cabras por Las Peñas y ella lo mirada embobada desde la ventana de su alcoba, aunque nunca había hablado con el más de dos palabras.

La abuela viendo que no cesaba en su aflicción, le propuso ir hasta la Sima del Coborrón a recoger un ramo de flores, que adornan más que el oro, y que son las más hermosas en esos días del solsticio. Con ellas le haría una diadema para lucirla en el baile de por la noche
-Corta un ramo, pero no te entretengas porque la bruja que vive dentro de la cueva hechiza a las mozas guapas que se acercan y las condena a no salir nunca de allí, salvo en la noche de San Juan.
-Que tonterías, abuela. Las jóvenes que desaparecieron en ese paraje se caerían sin querer.
-No te fíes, Adelina, corta las flores y regresa pronto, que ya he puesto las sopas al fuego. Por la tarde te haré la diadema y esta noche serás la mas guapa del baile.

Cuando estaba recogiendo las flores, comenzó a sentir una hermosa melodía, y al mirar hacia la sima vio que la boca se iluminaba y que junto a ella había una princesa con corona y una túnica azul turquesa. Era la bruja, sin duda, que usaba estas artimañas como en los cuentos infantiles para engañar a Adelina.
-Acércate, muchacha, que te cambio las flores por una diadema de oro de verdad, para que vayas con ella al baile. Ven conmigo, elije la que quieras y será para tí.

Sin hacer caso de la advertencia de su abuela, entró Adelina en la sima y desapareció.
En el baile por la noche, Serafín la echó de menos y la abuela llorando le contó lo sucedido. También el pastorcillo andaba loco por Adelina y tampoco había encontrado ocasión para decírselo. Pasó todo el año pensando en ella y llevando a menudo a las cabras por las inmediaciones de la sima, por mantener vivo su recuerdo y esperando quizás un milagro. 

La siguiente noche de San Juan después de guardar los animales en la taina, se marchó para la sima y se quedó dormido junto a la boca, hasta que la misma hermosa melodía de antes, lo despertó al mismo tiempo que salía la comitiva de las muchachas desaparecidas en la caverna a lo largo de los tiempos. Se fijó en Adelina, que se veía radiante con túnica blanca y una diadema dorada en la cabeza, salió rápido a su encuentro y la besó en la mejilla, con lo que el hechizo desapareció y los dos se marcharon raudos monte abajo al baile de San Juan, después de dar a la abuela la mayor alegría de su vida.

Adelina y Serafín se casaron, sacaron unas perrillas de vender la diadema de oro, con las que arreglaron la casa que Serafín tenía en La Yubería, a la que se llevaron a la abuela. Compraron un rebaño de cabras propio, tuvieron una docena de hijos y vivieron felices muchos años.

Un día tras un temblor de tierra, la Sima se cerró para siempre, con los seres mágicos que la habitaban, pero todavía en el solsticio, por aquellos parajes, siguen naciendo las flores más hermosas.
FIN


1 comentario:

  1. Anónimo1/26/2014

    El baile de San Juan se celebraba coincidiendo con las fiestas de Hortezuela y allí en su recoleta plaza se juntaban mozos y mozas de los pueblos cercanos, es decir Berlanga, Aguilera, Bayubas y La Estación, aunque siempre se dejaban caer tambien de otros pueblos como Fueltelpuerco, Rebollo o Tajueco. El camino de Berlanga a Hortezuela tenía una fila de chopos a cada lado que arrancaron porque decían que no eran buenos para la circulación cuando empezaron a circular coches en masa. No se si coincidí alguna vez con Adelina y Serafín en Hortezuela, pero me hubiera gustado conocerlos.

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