Un enclave en la bella, histórica y olvidada provincia de Soria. Un cruce de caminos desde el que controlar lugares emblemáticos de nuestra historia, como la fortaleza de Gormaz -la más grande de Europa- o la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. Todo eso, y mucho más, puede encontrarse en Berlanga de Duero, un apetecible rincón del mapa. El cabalgar del Cid se ha recuperado recientemente en forma de largo camino. Desde Burgos hasta Valencia se ha formado una ruta que parte España y en la que se pueden seguir los pasos del héroe. La Ruta del Cid es hoy una realidad y la parada en Berlanga una obligación.
La relación entre Rodrigo y estas tierras de Soria comenzó en 1081, cuando el rey Alfonso VI le concedió la villa de Berlanga “por juro de heredad”. No hay documentos que atestigüen cómo se realizó la entrega, pero no falta la tradición oral. Parece que no fue una entrega hereditaria, sino un usufructo. El rey entregó al Cid tierras para que las conservara, y se restituyera así una relación muy deteriorada. Pero es en un robledal cercano a Berlanga, que hoy se enseña como una hendidura en una roca, una especie de cueva, donde aquellas tierras quedaron para siempre en la mente del caballero burgalés. Al menos eso explican las leyendas cidianas, sin saberse hasta que punto ocurrieron los hechos que relatan. Todo está escrito en el Cantar de Mio Cid.
La historia relata que las dos hijas de Rodrigo, Sol y Elvira, se casaron con los infantes de Carrión. Estando en Valencia el Cid junto a sus yernos se escapó un león, provocando en Diego y Fernando, los dos infantes, un ataque de pánico que les hizo quedar como dos cobardes. Las burlas del resto de la corte hicieron que los dos caballeros se sintieran humillados y planearan la venganza.
Parece que la misma tuvo lugar en los alrededores de Berlanga, en un robledal (luego, Menéndez Pidal situó los hechos en la localidad cercana de Castillejo de Robledo). Allí llegaron los infantes con sus esposas camino de Valencia, y al amanecer decidieron descargar su ira contra ellas. Les quitaron sus camisas y fueron golpeadas con cinchas de cuero hasta la extenuación. Luego las abandonaron en aquel paraje.
Cuadro: Las hijas del Cid. Ignacio Pinazo 1879. Doña Elvira y doña Sol aparecen atadas en el Robledo de Corpes tras ser vejadas por sus esposos, los infantes de Carrión.
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