Lo que dice Bedoya del Convento de Paredes Albas:
El quinto marqués, sesto duque y séptimo condestable D. Bernardino, segundando los deseos e inspiraciones del gran condestable D. Juan su padre, fundó en 1636 a media legua corta de la villa, por el camino de Madrid, un convento de buena fábrica titulado de Paredes albas por una imagen de la santísima Virgen del mismo nombre que se veneraba en su iglesia. Era de franciscanos observantes de la provincia de la Concepción o de Valladolid; y el fundador se previno con todas las licencias necesarias y el consentimiento de los interesados. La villa dio su asenso por escritura de 6 de febrero de 1632: la diputación de cortes el suyo por testimonio de su secretario Rafael Cornejo en 20 de noviembre del dicho 1632. El prelado diocesano que lo era el Ilmo. y Rmo. Sr. D. Fr. Pedro González de Mendoza de la misma orden, hijo de los principes de Eboli y rebiznieto del célebre cardenal del mismo nombre, prestó su consentimiento y licencia en forma en 26 de diciembre del mismo año; y el cabildo de la Colegiata, después de allanadas ciertas dificultades, concino tambien por escritura de 28 de febrero de 1636. En su consecuencia se despachó la real provisión en 7 de noviembre de 1636. Había admitido ya la fundación el vicario general de la congregación de San Pablo en 23 de abril de 1633.
Autorizado de esta forma el condestable Don Bernardino Fernández de Velasco, hizo construir de buena cantería el edificio del convento e iglesia que trazó José de Benavente, maestro de obras de Madrid. Puso órgano y libros cantorales en el coro, adornó la iglesia, proveyó la sacristía de ropas y amuebló las celdas y oficinas de ropas y todos los utensilios necesarios, de que se conserva una lista muy circunstanciada. En este estado otorgó su testamento y escritura de fundación en Segovia, a 19 de agosto de 1636, cosignando para ella quince mil ducados en tres años (a cinco mil en cada uno) o más a juicio de sus testamentarios, si no la acabase el en sus días. En 1º de setiembre del propio año de 36 tomó posesión entregándose del convento y cuanto en él había, su primer presidente y prelado Fr. Antonio Gutierrez, de que dio fe Alonso Ruiz, escribano de la misma villa, siendo testigos el licenciado Cristoval Berjes de Aragón, corregidor de ella, Pedro González de Salinas, gentil - hombre de S.E. y Agustín Quintana, guarda que era de todo.
Se sostenía desde entonces con las limosnas de la cuestación por los pueblos de la guardianía y cierto número de fanegas de trigo y marevedises con que los patronos gravaron a su estado. Hasta la guerra de la independencia (de 1808) solía haber doce o pocos más religiosos profesos (incluso algunos legos) y los sacerdotes servían a la villa y pueblos circunvecinos en el confesonario y la predicación, particularmente en el adviento y cuaresma, y en las enfermedades, ausencias y vacantes de los párrocos. Cesó del todo como en lo demás del reino en 1836, y su falta no dejará de ser sensible.
Lo que dice D. Anastasio en su libro, del Convento de Paredes Albas:
En el año 1636, el quinto marqués de Berlanga, Don Bernardino Tobar, construyó otro convento a media hora escasa de la población, carretera de Madrid, aprovechando la antigua ermita dedicada a la Virgen con el título de Paredes Albas, con todas las autorizaciones correspondientes, dotándolo y amueblándolo de todo , necesario. Puso en él frailes de la orden de San Francisco, pertenecientes a la provincia religiosa de la Concepción de Valladolid, que lo ocuparon hasta la exclaustración de 1836. El edificio era de buena sillería, y fue el arquitecto José de Venavente. Vendido el convento y destinado a usos profanos, lo adquirió después un rresligioso exclaustrado, Fray Miguel, esperando que volvieran a él los frailes. Al perederse para España las islas Filipinas, en 1898, vinieron a instalarse en el convento de Paredes Albas algunos de los religiosos franciscanos expatriados, que estuvieron en él poco tiempo, dejandolo a disposición de su dueño, el Padre Miguel Zaldarriaga. Muerto este señor, paso la propiedad a su hermano Don Melitón, que con cristiana generosidad (Minguella, Vol III, pag 655) lo cedió a la Orden de Padres Agustinos Recoletos, quienes repararon el edificio y establecieron el noviciado de la provincia de Santo Tomás de Villanueva; pero pasados algunos años, se retiraron tomando la determinación de mandar derruir el convento y vender los materiales, quedando en pie unicamente la iglesia desprovista de todo utensilio
Y un poco más adelante, hablando de la ermita de Paredes Albas:
En la actualidad ha vuelto a quedar como ermita la magnífica iglesia del que fue convento de Paredes Albas, con un espacioso atrio cerrado, en la fachada principal. La imagen de la Virgen es antigua y de buena talla, aunque no muy agraciada; el retablo muy bueno, con camarín en la parte posterior, y tambien es buena la cajonería de la sacristía. La ermita se repara y sostiene con las limosnas de personas piadosas: Doña Pilar Miras de Piera, de Madrid, ha regalado caliz, vinajeras y crucifijo para el altar.
Y lo que dice Laura López Covacho en un artículo (donde también están estas fotos) de la revista Restauración y Rehabilitación (nº 77, año 2003)
Los más viejos del lugar y no tan viejos todavía recuerdan cuando recorrían el kilómetro y medio que separa el pueblo soriano de Ciruela del "Convento de Paredes Albas". Se acercaban a la salida del colegio todos los días de mayo a rezar el rosario con la maestra del pueblo. Resuena todavía el eco de los frailes cuando jugaban a la pelota en las tapias del recinto situadas en el lado del Evangelio. Anécdotas y vivencias que cuesta creer no tan lejanas viendo el estado deplorable en que se encuentra en la actualidad.
El conjunto conventual −ahora en ruinas− fue un antiguo monasterio franciscano, y posteriormente convento de agustinos recoletos. Edificado en el siglo XVII sobre una ermita gótica y según trazas de José Benavente; por la documentación referente sabemos que su fundación corre a cargo de los marqueses de Berlanga a principios del siglo XVI. D. Sebastián de Miñano en el año 1826 lo cita como dependiente de Berlanga localidad a la que aún pertenece.
El edificio de la iglesia está semiarruinado, sin cubierta y sin solera, donde se encuentran dispersos restos constructivos tales como claves, sillares o dovelas. Se trata de una construcción de una única nave, de planta cuadrangular, con la cabecera orientada al Este, compuesta por tres tramos a los que se anexionan a poniente la capilla mayor (la antigua ermita gótica) y la sacristía. En cuanto a la obra de fábrica es de diversa tipología: adobe, mampuesto de piedra, sillería caliza −reservada sobre todo para las partes nobles− y enfoscado de cal.
La distribución del espacio en la sacristía se hace mediante tres crujías perpendiculares al muro de acceso desde la capilla mayor de la iglesia. En alzado tenía tres plantas de las que se conservan parte de las bóvedas de crucería (de arcos rebajados) e incluso restos de policromía azul con estrellas de coloración amarilla representando el cielo. Por un espacio adintelado se accedía a la capilla mayor, y aún otro vano semicircular permitía el acceso desde el primer piso. Es obra de fábrica posterior al siglo XVII, y se ha asimilado su construcción a la presencia de los frailes agustinos recoletos que se hicieron cargo del convento hasta su cierre en 1918.
La capilla mayor se corresponde en su totalidad con la primigenia ermita y es, por tanto, el único resto de traza gótica. Se conservan únicamente los arranques de la bóveda de crucería que estaba compuesta por arcos terceletes, diagonales y combados configurando morfología de arcos conopiales, de clara semejanza con las bóvedas de crucería de la Colegiata de Nuestra Señora del Mercado de la cercana Berlanga de Duero, obra del arquitecto Juan de Rasines. No en vano la fundación de ésta última obedece igualmente a los marqueses de Berlanga. La única ornamentación que se conserva son dos ménsulas con decoración de hojas de acanto y florones y restos de pintura sobre el enfoscado de cal, simulando sillares. En los laterales hay dos estructuras donde se encastraban sendos retablos y que servían como altares.
Un arco rebajado en muy mal estado de conservación y las dos pilastras de sillería sobre las que descarga, separan la cabecera del resto de la iglesia. El acceso al primer tramo se realiza por las portadas laterales, situadas al Norte y Sur del edificio. Unos sencillos arcos de medio punto que descargan en pilastas cajeadas son los únicos elementos de la que se abría en el lado del Evangelio principal que se conservan. Hace unos años "desmontaron" el escudo de los fundadores que la coronaba.
El segundo tramo se sitúa previo al último tramo −el del sotocoro y coro− al que se accedía mediante un arco −presumiblemente escarzano− del que sólo quedan los arranques. Estos dos tramos están recorridos por una línea de imposta que separa la zona superior del edificio, horadada con dos vanos semicirculares peraltados (únicamente en el lado del Evangelio). A Oriente, en el lienzo del tramo del coro se abre un vano adintelado que conserva un enrejado simple en cuadrícula. Se conservan además los mechinales donde se embutían las vigas de madera del piso superior, el del coro.
Apenas se observa el trazado de las dependencias habitaciones que se anexionaban al Norte. Todavía se aprecian en el muro en el lado de la Epístola los mechinales y arranques de la construcción, además del pozo que surtía de agua a los frailes.
El recinto conventual se cerraba al Sur con tapias de adobe y sillarejo, donde existían antiguamente (sólo se conserva una de ellas) dos fuentes y acequias que servían para el abastecimiento de agua y riego de las huertas de autoconsumo del convento.
El abandono en el uso y la negligencia de los organismos competentes han llevado al estado de ruina actual del conjunto, a pesar de estar declarado monumento de interés histórico−artístico. Desde la carretera aun sorprende al viajero como sólida construcción. Mejor continuemos nuestro camino y no observemos el desolador panorama que se esconde en el interior.
+Información AQUI
Lamentamos no haber encontrado (todavía) el artículo de Martínez Frías en Celtiberia.
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