A propósito de la controversia suscitada en anteriores entradas, con respecto a algún que otro camino heterodoxo a Compostela, acabo de leer con verdadero deleite un libro llamado El desvío a Santiago, escrito por el señor de la foto, brillante escritor holandés que en las primeras páginas declara su amor incondicional por España
...tengo la sensación de que el carácter y el paisaje españoles están en consonancia con "aquello que me incumbe", con cosas conscientes e inconscientes de mi ser, con quien yo soy. España es brutal, anárquica, egocéntrica, cruel; España está dispuesta a ponerse la soga al cuello por disparates, es caótica, sueña, es irracional. Conquistó el mundo y no supo que hacer con él, está enganchada a su pasado medieval, árabe, judío y cristiano, y está allí con sus caprichosas ciudades acostadas en esos infinitos paisajes vacíos como un continente que está unido a Europa y no es Europa...Es un amor para toda la vida, nunca termina de sorprenderte.
El autor tiene la idea de volver a Santiago; reconoce que el camino francés fue un importante nexo entre la España cristiana y el resto de Europa; una verdadera inyección de civilización y de europeismo; sin embargo, a las primeras de cambios, siguiendo el camino del corazón, empieza a hacer giros insospechados y desvía su propósito inicial parta llegar a Veruela, a Silos, Sigüenza, San Baudelio; El Burgo de Osma, Chinchón, Teruel, Almagro, Guadalupe... En cada lugar despliega su enorme conocimiento de la historia y nos ofrece deliciosos pasajes de buena literatura y de cosas que también a nosotros nos incumben.
En uno de los capítulos, el viajero se encuentra de sopetón con el silencio - seguro que sabéis de lo que estoy hablando- cuando uno baja del coche en el trayecto de Sigüenza a Berlanga, sesenta kilómetros de mala carretera, en los que es fácil que uno no se encuentre a ningún ser humano en el camino, ni una tienda, ni una farmacia...
Es un silencio extraño que no había experimentado nunca antes. No había sonido de animales, ni siquiera el vuelo de un pájaro, sólo el viento que arrastra el aire cálido sobre la llanura y toca los cuchillos de estas plantas resecas. Pero ese sonido también es silencio...No puedes seguir diciendo que este paisaje está vacío, aunque sea así. Tal vez a mi me llame mas la atención porque vengo de un país que está enfermo de exceso de población, pero no deja de herirme. Estaría mal dicho si no fuera precisamente lo que quería decir: me hiere, como un golpe o un disparo;... esa falta de objetos fabricados, esa ausencia de movimiento. Es como si esta extensión solo pudiera expresarse a través de algo que conociera la misma inmensidad: el tiempo.
También se para en San Baudelio, y hace una reflexión que es una denuncia en toda regla:
Estos cuadros contaban una historia a los hombres que venían a la iglesia y que no podían leer. Las imágenes estaban allí para ser adoradas, para suplicar algo. Ahora están en salas, acompañadas por otras imágenes del mismo estilo y colocadas en fila. La historia en los cuadros ha perdido ya para la mayoría de los visitantes su significado, ahora cuenta solo la forma. La religión se convierte en arte, el significado se convierte en forma, las historias se convierten en imágenes que solo se significan a si mismas. El observador del siglo XX ve una historia que ya no puede leer, porque está ciego para ella.
Pinchando en el título del libro se accede a un breve pero interesante estudio de María José Calvo González. A propósito, ¿no les suena la cara de este paisano? Juraría que lo he visto tomándose un vino en el bar del Pocho.
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