En la Revista Turismo rural del mes de septiembre de 2007, venía una entrevista al Goyo, el herrero de Berlanga acompañada de algunas fotos y de información sobre el pueblo. No es que yo sea comprador de este tipo de revistas, sino que el otro día al pasar por la fragua, camino de la Arboleda, fue el mismo Goyo quien me la enseñó orgulloso. No era la primera vez que aparecía en los papeles, ya que recuerdo haberme encontrado hace unos años un artículo en el mismísimo País semanal. A estas alturas, este señor tiene más bibliografía que algunos monumentos, e incluso una vez salió en el Telediario de las nueve en un reportaje sobre Berlanga en el que aparecían también el Cura y el Alcalde.
Con el azote del cierzo en estos días fríos, las fraguas de los pueblos eran verdaderos parlamentos en los que entre reja y reja se hablaba de lo divino y de lo humano. El ponente era el campesino que había traído la reja de su arado para aguzar. Los congregados alrededor del fuego, solo unos pocos afortunados que habían encontrado espacio, debatían sobre el tema que fuera con una energía que parecía insuflarles el aire del fuelle. Lástima que no se conserve escrita ningún acta de sesiones, que lamentablemente también se consumían con el fuego. Yo recuerdo haberme encontrado una vez en la fragua del Goyo, al cura y a un maestro, junto a una pareja de hortelanos. Lamentablemente no se decir de que hablaban porque no pude, por mi corta edad, unirme a la plática.
Creo que la sencillez aparente de este hombre, que queda patente cuando expone sus razonamientos y su visión de la vida, no es mas que una máscara que oculta a un verdadero alquimista, un señor del fuego. Maneja la tierra (el carbón), el aire (de su fuelle centenario) el fuego y el agua con una familiaridad que te pone la carne de gallina. Este alquimista herrero, a través de esos cuatro elementos es capaz de convertir un trozo de hierro en algo útil, que servía hasta hace bien poco para mejorar la vida de sus semejantes. Con la llegada de la maquinaria al campo, y el plástico a las ferreterías, el oficio de herrero dejó de estar emparentado tan estrechamente con el mundo hermético. Los herreros que no supieron adaptarse a los nuevos tiempos, y este es uno de ellos, tuvieron que buscarse la vida en otros trabajos donde su saber ancestral no era tenido en cuenta. ¡Qué humillación!
Ahora, con setenta y tantos años a las espaldas, Goyo sigue trabajando para mantenerse vivo. La jubilación es una losa pesada para el que no tiene una vida paralela al trabajo. Ahora se lo toma con calma, pero trabaja todos los días.
En la fragua del Goyo hay una reproducción de la Fragua de Vulcano, de Velázquez, medio ennegrecida por el hollín. El cuadro es bonito, pero, se mire por donde se mire, dice Goyo, es una barbaridad andar descalzo y casi en pelotas por una fragua.
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