Anduvo por estas tierras siendo niño. Luego, con la muerte del padre, perdió también la tierra en la que este nació. Comenzaron los años de trabajo, estrecheces y lucha. Su vida tomó rumbos distintos y distantes.
¿Dónde quedó en él este rincón castellano? Quedó en ese paraíso que llevan sumergido en sus almas todos los hombres que en edad temprana visten el luto de las desgracias. Y, por perdido, aquel paraíso parece siempre más paradisíaco, más venturoso y atractivo.
Monumentos, Historia, pasadas grandezas resbalaron por la joven y tersa piel del muchacho, sin decirle nada. ¿No padecerá Castilla de empacho de "corteza de Historia"? Nombres que se repiten con monótona terquedad y sirven para empedrar crónicas y discursos altisonantes. ¿Cuántos saben la verdad que llevan dentro? ¿Es siempre cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor? ¿Para cuantos fue mejor? Cómo no era posible que el chico se planteara tales preguntas se limitaba a vivir su maravilloso presente.
Por de pronto, se encontraba en un mundo que era totalmente nuevo para el. Desde su castellano con fonética levantina había pasado al castellano puro, sonoro y rico en formas expresivas. También los olores eran diferentes: olor de pan recién cocido, olor de "extendida"; sinfonía de olores en la despensa de su tía, y en la farmacia -sobre todo en la farmacia vieja- de su tío. Las boticas se harían según formulas magistrales. Elaborarlas era destapar en tropel los olores más desconocidos. Balanza en su caja de cristal. Se dosificaban los productos sólidos con pequeños golpes del dedo índice en el naipe que servía para tomar pequeñas porciones. Líquidos de hermosos colores que se filtraban gota a gota. Todo aquel hacer estaba lleno de misterio y prestigio.
Y luego las calles y las tiendas con sus olores característicos, a pana, a retores, a cuero y esparto. En las de comestibles olor de aceite, de bacalao, de congrio rancio, de anís, de especias...
Con razón ha escrito Gabriel Miró que el olor de esas tiendas, tan humilde y concreto, es "olor de mundo". De mundo esencial, elemental y verdadero.
También los sabores -aun de las cosas conocidas- eran distintos. Entonces supo el sabor de la fruta cogida del árbol -tardes en las viejas huertas-; de los cañamones recién tostados; del chocolate con tortas de chicharrones.
Entonces aprendió alguna de las pequeñas grandes artes, enligar juncos para cazar pájaros o preparar los reteles para pescar cangrejos.
Algunas noches se abría el balcón de la casa de enfrente, y un viejo caballero lanzaba de balcón a balcón, una golosina que decían "huesos" y al hacerlo, añadía "son de las monjas que se mueren"...Cómo si no lo dijera. Los muchachos los comían con gusto y con santa inocencia.
Entonces sintió el misterio de la noche en la voz -plañidera y larga- del sereno que cantaba las horas, añadiendo el estado del tiempo; en el aullido de los perros que anunciaban desgracia; en el punzante sonido del campanillo del Santo Viático.
Entonces fue feliz sin más, sin saber que lo era. Sin saber que luego en la vida, hay días felices, pero ya no se puede vivir feliz siempre, como entonces lo era.
* * *
Después de muchos años, muchos, el niño de entonces ha vuelto a esta tierra. He querido saber que ideas y que sentimientos se suscitaron en esta vuelta; que oposición se dio entre el recuerdo del niño y la realidad que han contemplado sus ojos. He aquí lo que me ha respondido:
"Los recuerdos de la infancia son enteramente fieles. Los ojos de los niños purifican cuanto miran, porque solo ven lo que es puro. Si un niño ve lo impuro de la vida, cualquiera que sea su poca edad, es que ha dejado de ser niño. Cuantos males cometa, no caerá las responsabilidad sobre él sino sobre quién le malogró la infancia.
Mi Berlanga era, entonces tal como la veía y la vivía. La de ahora es otra cosa, como yo soy otro respecto al que fui. Recuerdas -me dice- la historia venezolana del padre y del hijo?: Que entre llaneros sucede que el padre no ve nada cerca; ve solo de lejos, cada vez más lejos, cada vez más allá del horizonte, abarcando enormes distancias. Y llevaba a su hijo para que le dijera de los peligros cercanos, porque el hijo ve solo lo cercano".
Y añade "Pienso que algo análogo ocurre con los pueblos viejos y los pueblos jóvenes. Aquellos solo miran los tiempos lejano. Pero no ven los peligros y las posibles venturas presentes. Los pueblos joven caen en la miopía. Hoy a padres e hijos suele ocurrirles otro tanto. Pero en vez de ir juntos, se separan. Nuestros pueblos viejos están habitados por viejos. La gente joven huye del pueblo viejo y marcha a las ciudades que se están haciendo a costa de deshacerlos. Por eso si yo pudiera, diría a los viejos: "atended y entended a los jóvenes" y luego diría a los jóvenes: "atended y entended a los viejos"
Ortega escribió un día: "Por tierras de Sigüenza y de Berlanga de Duero, en días de agosto, alanceados por el sol, he hecho yo, Rubín de Cendoya, místico español, un viaje sentimental sobre una mula torda de altas orejas inquietas. Son las tierras que el Cid cabalgó... No se crean por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un hombre que ama de verdad el pasado. Los tradicionalistas en cambio no lo aman: quieren que no sea pasado, sino presente"
Pero tampoco son la solución del mañana el abandono y la huida. Cuando un barco hace aguas, son las ratas las primeras en la huída suicida. Si la dotación no trabaja y achica el agua, vendrán los de fuera y lo harán. Y el barco les pertenecerá.
Pero tampoco son la solución del mañana el abandono y la huida. Cuando un barco hace aguas, son las ratas las primeras en la huída suicida. Si la dotación no trabaja y achica el agua, vendrán los de fuera y lo harán. Y el barco les pertenecerá.
Estas son las tierras del Cid. ¿Tu crees que Rodrigo hubiera sido nunca el Cid si hubiera vivido pendiente de las quinielas y de la televisión?. No creas que te digo un chascarrillo. Esas dos "drogas" no existían entonces. Pero nunca faltaron al hombre los medios para que sus vidas fueran falsificadas, estúpidas y estériles.
Mi amigo ha terminado recordándome: -Tagore pensaba que cada niño que nacía, parecía decirle: "Dios aun espera del hombre". Yo te digo que viendo a estos chicos y a estas chicas -tan alegres, tan decididos, tan "ellos", no es un disparate ni un sueño poder pensar: ¿que nueva generación será la que se decida -con trabajo, con imaginación creadora, con preparación- a rehacer su pueblo, respetando y amando su pasado, y emprendiendo seriamente su verdadero porvenir? Que está, no lo dudes, aquí y ahora.
Heliodoro Carpintero
en la Revista de Soria. 1970
Heliodoro Carpintero
en la Revista de Soria. 1970
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