En el siglo XVI el símbolo se pierde en aras de la alegoría, desaparece el sentido profundo de las significaciones transcendentes y todo aquello que no es dura, seca y sobria negrura inquisitorial, se convierte en pan de oro, en yesos y estucos que borran la huella de la piedra gótica o románica, y en cristos sanguinolentos, vírgenes generosamente atravesadas por fálicas espadas y santos chorreando sangre o abiertos en canal para inspirar el temor. Incluso se pierde deliberadamente el sentido de los antiguos símbolos. Y cuando se representa a santos viejos que contuvieron el mensaje de la tradición originaria, se tergiversa su significado hasta hacerlo irreconocible. A personajes como san Roque, que se señalaba, en calidad de iniciado, la rodilla izquierda desnuda, se le añade en esa rodilla una llaga purulenta que justifica el porqué perdido de una seña de identidad tradicional y la sustituye por una llamada al horror y a la misericordia, que no a la compasión.
(Juan García Atienza. Guía de los heterodoxos españoles)
San Roque vivió en el siglo XIV, pero no fue hasta el XVI, cuando el papa Gregorio XIII lo hizo santo. La iglesia no podía permitir personajes que se apartaran de la doctrina oficial y la mejor forma de controlarlos era santificarlos y reconstruyendo su doctrina, reciclándola para que se adaptara a la nueva horma.
San Roque era de Montpellier, occitano como San Baudelio. Por aquella tierra se desarrolló la herejía de los cátaros que predicaban la pobreza y la vuelta a la iglesia primitiva y que fue sangrientamente reprimida. Muchos adeptos huyeron a Italia. San Roque también repartió sus bienes entre los pobres y se fue a Italia. ¿Será solo una coincidencia?
La actitud de señalarse la rodilla desnuda significa búsqueda del conocimiento. El perro representa la guía para esa búsqueda. La llaga que se ha añadido o pintado en muchas imagenes corresponde a esa nueva reinterpretación del santo metido en el redil, a esa sobria negrura inquisitorial.
Roque tenía grandes conocimientos de medicina natural, aprendidos de algún maestro de su Languedoc natal, donde era muy corriente acudir a estos curanderos en busca de alivio para las enfermedades. Melampo, el nombre de su perro, era también el de un personaje de la mitología griega con poderes de curación.
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