30 de diciembre de 2010

Apuntes de viaje

La provincia de Soria.- Desde el Puente Ullán a Paredes

Inútilmente buscaría el viajero que recorriese el centro de España, región más digna de estudio que aquella que, situada a 910 metros sobre el nivel del mar, regada por el Alto Duero y fronteriza a Guadalajara y a los montes segovianos, forma hoy la parte meridional de la provincia de Soria.

Patria de los antiguos Arévacos, que acaudillados por Sartorio y Perpena, después de titánica lucha, prefirieron la muerte al yugo de Pompeyo; repoblada en los comienzos de la era cristiana y de nuevo arrasada a fines del siglo X por las feroces huestes de Almanzor, a su vez derrotadas en las fragosas sierras de Calatañazor por los Reyes de Aragón y Navarra unidos al esforzado Conde de Castilla Garci Fernández, fue por fin reparada por D. Alfonso I el Magno, según nos refiere el Silense, si bien tuvo que sustraerla del poder de los moros D. Alfonso VI cuando preparó la conquista de Toledo en 1085.

No hay pulgada de tierra en ese histórico país, que no conmueva el animo fuertemente, ya sea porque desde sus cumbres a lo lejos se divisen las memorables ruinas de Numancia, Turia, Clunia, Valeránica, Termancia y Oxama, ya porque esté su suelo salpicado aun de generosa sangre, derramada en las grandes batallas de Ordoño II, de los califas, de los Alfonsos y de Alonso I de Aragón; ya porque recuerde aquellos fuertísimos tercios de Soria y de Medinaceli, que mandados por D. Lope de Haro, rompieron las cadenas del campo en Las Navas de Tolosa; ya porque la historia nos recuerde que allí vivieron los Iñigo de Velasco, Condestables de Castilla, Dª María de Tobar, fundadora de una colegiata ignorada hoy, y que es sin embargo una de las obras más bellas de Juan Rasines El Burgalés, tan grande en la historia de la arquitectura, cuanto desconocido por la inmensa mayoría de los españoles; bien porque en algunos de sus castillos vivieron prisioneros los hijos de Francisco I, al paso que otros ofrecieron suntuoso hospedaje a Felipe V, al Duque de Gandía y a Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia, y tercera esposa de Felipe II, o por último, porque allí tuvieron su cuna, hombres de la talla de D. Juan Bravo de Lagunas y de su hermano D. Gonzalo, alcalde este de Córdoba, por la cual dio su vida, y obispo aquel de Ciudad Rodrigo y de Calahorra, y capellán mayor de Dª Isabel, primogénita de los Reyes Católicos; del venerable Tomás de Berlanga, Obispo de Panamá; del gran dominico Brizuela, consejero y confesor del Archiduque Alberto, sobrino y yerno de Felipe II, y confesor en sus últimos años, de Felipe III, y de tantos esclarecidos varones que fuera prolijo enumerar.

Y en verdad que al evocar recuerdos que duermen hace siglos entre el polvo de los archivos, no tratamos de hacer más sensible la decadencia de la región que nos ocupa, sino antes bien llamar la atención del Gobierno, de la Academia de Bellas Artes y de los hombres de letras, codiciosos de abrillantar las glorias nacionales, haciendo constar el injusto abandono en que se la tiene desde que la abandonaron los Condestables al subir al trono Felipe V, que los llevó a su corte, y la culpable indiferencia con que se la mira.

Ni un ferrocarril atraviesa aun sus extensas llanuras, ni una derivación del Duero riega sus estériles vegas, ni un alto horno anuncia con su penacho de humo, que allí sea conocida la industria moderna, ni ley alguna acuda en auxilio de aquellas magníficas cabañas, que amparadas por La Mesta y pudiendo trashumar con facilidad de norte a sur de la península, producían las lanas más finas y más buscadas del mundo; ni la ciencia ni la maquinaria, ni el capital se unen para favorecer su esquilmado suelo y su empobrecida agricultura.

De aquí que solo se encuentren en general miserables aldeas con adobes construidas, de casas desniveladas, de calles sucias, de abrevaderos obstruidos, de fuentes derruidas, de templos agrietados, de aportilladas escuelas; de aquí que solo se vean campos apenas roturados, porque la mano del labrador es demasiado débil para acariciarlos, vergonzosamente engalanados de pálidos centenos y de poco productivos morcachos, cuando ningún suelo es menos susceptible de grandes transformaciones que el silicio.

Si de las cosas pasamos a las personas y semovientes, aun es más dolorosa la impresión que se recibe: trajes pardos como el suelo, como las casas, como los rostros ennegrecidos por el sol y los vientos; trajes en veinte puntos recosidos y desgarrados en otros veinte, pechos desnudos que azota el cierzo con sus alas de nieve; cabezas venerables siempre descubiertas; miradas tristes, pálidos avios que no sonríen mas que en los primeros años de la juventud; mujeres que se engalanan con un pañuelo de algodón; niños que se abrigan con los harapos de sus madres, pies que deshacen el hielo de los aminos, calzados con pieles sin curtir; rostros demacrados, en fin, sobre los cuales se leen estas desconsoladoras palabras: hambre, ignorancia, resignación y miseria.

Creen en Dios, practican la caridad, pues por pobre que sea el que tiene una casa, socorre siempre al mendigo errante que llama a la puerta, cuando no con pan del que tal vez carece, con una legumbre de su cosecha; pero no creen en los hombres; desconfían de los gobiernos; se ríen de los que les piden su voto, y en todas sus conversaciones se nota el fatalismo mas desconsolador.

Cuanto a su alimentación, es tan sobria, tan deficiente, que apenas se concibe que con ella puedan vivir. Pan duro de trigo mezclado con centeno, algunas legumbres preparadas con una lágrima de aceite, algunas veces tasajo de reses muertas de enfermedades infecciosas y ahumado en la chimenea; alimentación que revela una de las primeras causas de la decadencia de nuestra raza, así como el origen de terribles enfermedades, que fácilmente podrían evitarse y que, sin embargo, disminuyen de día en día la densidad de nuestra población.

Honradísimos todos, pagan sin murmurar los diferentes impuestos que los abruman; entregan sin proferir una queja el contingente de soldados que les corresponde; acatan las leyes, obedecen a las autoridades, practican sus deberes religiosos como en los primeros siglos, respetan al cura de su aldea y parten a remotos países con la frente serena y la conciencia tranquila. Y a fe que esta es su última esperanza, porque al otro lado de los mares están sus hermanos enriquecidos en el comercio de Veracruz, del Uruguay, de Venezuela, de Honduras y del Ecuador.

Además de los males hondísimos que producen este estado anémico y desconsolador, males que pronto describiremos para poder indicar los medios más prácticos y mas sencillos que convendría emplear para curarlos y conducir aquel país a un grado de relativa prosperidad, nos parece que contribuyen a su aniquilamiento lo poco conocidas que son de los hombres de gobierno las ultimas capas sociales, y mas aun el modo de ser de nuestra aldeas, sumidas hoy, como ayer en la mas crasa ignorancia.

Nuestros labradores sufren en silencio, pagan sin protesta, o si alguna vez se quejan es donde su voz no tiene resonancia alguna. Cuanto a escribir… ¿Qué saben ellos lo que es la prensa, lo que es el libro? ¿Quién se lo ha enseñado nunca? ¿A qué conferencias han asistido? ¿A que hombres de talento han oído hablar nunca, fuera de alguna reunión electoral, que les molesta, fuera de la Audiencia, que les aterra? Solo entre lágrimas y suspiros contestan al quinto que defiende el orden, la honra, la integridad de aquella patria que olvida a sus ancianos padres, que o bien vegetan sobre un montón de ruinas y de humanas miserias, o bien sucumben de cansancio y de frío en el linde de un camino al ir en busca de aquel regojo de hogaza que en sus pueblos les falta.

Nuestros estudios han sido hechos sobre el terreno, viviendo entre colono y propietarios; de pie sobre el surco o sentados a la sombra de las mieses, sintiendo día por día las palpitaciones del pueblo; escuchando sus cantares, tan melancólicos como sus quejas; y tanto podrían servir estos apuntes a la región de que nos ocupamos como al Gobierno mismo, si en ellos fijase su atención, que tiempo sería de que lo hiciese, si quiere sostener el crédito nacional, que por fuerza ha de resentirse a medida que disminuyen las rentas y que millares de fincas pasan, por insolvencia de sus dueños a manos del Estado.

Emilio Mozo de Rosales

LA EPOCA, 26 de noviembre de 1887

8 de diciembre de 2010

De Atienza a la feria de Berlanga


En una ocasión, con trece o catorce años,sobre el 1940, marché con el señor Pedro, Pedro Sanz, pariente de mi padre, a la feria de Berlanga, que era el 8 de diciembre. Llevábamos dos vacas y un macho romo, hijo de caballo y burra.
De Atienza salimos de mañana, con mal tiempo, pues estaba prácticamente nevando. Paramos a descansar en Arenillas, pueblo de la provincia de Soria en el que por ver si cambiaba el tiempo, aprovechamos para almorzar. Pero en lugar de que las nubes se alejasen comenzó a nevar con mayor intensidad.
Nos detuvimos a comer en casa de unos amigos del tío Pedro, y tras la comida y secar las ropas regresamos al camino. Berlanga de Duero era entonces un pueblo acogedor y lo primero que tuvimos que hacer al llegar fue buscar posada, aunque tampoco había demasiado problema puesto que en época de feria rara era la casa en la que no se admitiesen huéspedes, al igual que sucedía en Atienza por semejantes fechas. Nos hospedamos en casa del señor Santos, un hombre recio que nos abrió la puerta sin dudar. Vestía pantalón hasta media rodilla, medias hasta la altura del pantalón, chaquetilla corta, faja en torno a los riñones y pañuelo a la cabeza.
Nos esperaba en la puerta de su casa, a quince personas entre hombres y chavales que fuimos los que allá nos alojamos. Dormíamos en las cuadras o en los pajares, y allí estuvimos tres o cuatro días bajo aquel techo en el que la señora Magdalena preparaba la comida para más de veinte personas, a veces unas sardinas y otras unas patatas y, entre bocado y bocado, comentando cada cual como le fue la feria. Acudir a la feria tenía su arte. El primer día era de observación, para ver como se hacían los tratos y cuánto valían los animales. Los restantes dependían de cada cual, de la agudeza, de la destreza y de las palabras.
Fue una de las primeras ferias a las que acudí, y no se nos dio nada mal, vendimos las vacas que llevábamos, a unas mil pesetas cada una, a pesar de que a punto estuve de perder el macho romo, cuando le fui a dar agua a una laguna próxima. Se me soltó del ramal y se fue al interior de la laguna con la mala suerte de que se quedó atascado con el cieno del fondo, del que tras muchos esfuerzos logró salir, cuando parecía que se iba a hundir en medio del barro.
En Berlanga había cine, lo que no ocurría en Atienza. Decidimos ir el grupo de muchachos con los que me junté, más o menos de mi edad, algunos de ellos de Atienza, a pesar de que nos quedaríamos con las ganas, pues no teníamos suficiente dinero para pagar la entrada.
Regresamos a Atienza al cabo de los tres o cuatro días. Nuevamente a hacer la parada en Arenillas y por el llamado monte de las Liebres y camino de San Jorge, a Atienza.
Cuando salimos de Berlanga llovía, por el camino comenzó a nevar y a casa regresamos helados y empapados.


Tomás Gismera Galán

1 de diciembre de 2010

Tres piezas visigodas



LA OCUPACION VISIGODA EN EPOCA ROMANA A TRAVES DE SUS NECROPOLIS. Tesis doctoral de Gisela Ripoll López, dirigida por Pere de Palol
Barcelona. mayo de 1986. UNIVERSIDAD DE BARCELONA
Berlanga de Duero (Soria)

Pertenecían a la antigua colección Darío Chicote de Valladolid, tres elementos de adorno personal con referencia de Berlanga de Duero. Actualmente forman parte del Museo Episcopal de Vich (Barcelona).
1.-Fíbula en bronce de 10,8 cm. de longitud máxima. La cabeza o placa del resorte es de forma circulr y presenta cinco apéndices o digitaciones sobresalientes. En cada uno de estos apéndices una incisión de tres estrías. La zona semicircular está ornamentada por medio de tres círculos concentricos separados por una linea de puntos realizados a punzón. El puente con arista dorsal plana muy pronunciada. El pie o placa del enganche, con cuatro apéndices sobresalientes o exentos, de forma circular con incisión de círculos concéntricos. El extremo distal del pie con dos motivos romboidales y dos círculos concéntricos formando una cabeza animal. La zona ornamental de la placa es de dificil lectura, pero parece que tambien estuvieron presentes una serie de motivos a base de círculos concéntricos.
2.- Broche de cinturón en bronce, de 9,8 cm. de longitud. La placa rígida incluye su hebilla pero ha perdido la aguja. Pertenece al grupo de placas caladas. Su lengüeta vaciada, está rodeada por seis orificios, y un séptimo por donde se introducía la aguja. El extremo está remachado por una forma semicircular. Su estado de conservación es bueno.
3.- Broche de cinturón de lengüeta rígida. La hebilla diferenciada de la placa por medio de dos muescas muy pronunciadas, conserva su aguja de base escutiforme muy voluminosa. La placa con un ligero estrechamiento en su zona central, finaliza con un extremo de tipo triangular. La longitud de la pieza es de10,6 cm. Las concreciones de suciedad cubren tanto la hebilla como la lengüeta.
Bibliografía: ZEISS.H. Die Grabfunden aus dem spanischen westgotenreich. Berlin-Leipzig. 1934, pág 185, láms 3, 11, 14
ALONSO, A. La visigotización de la provincia de Soria. "Celtiberia" XXXIV. 1984, nº 68, págs 189-190
Más datos en este blog
Aqui se habla del descubrimiento por nuestra parte de la existencia de piezas visigodas, aspecto de nuestra historia que no se menciona en casi ningúna bibliografía, salvo una brevísima mención de Pérez Rioja. Angeles Alonso Avila, en su trabajo "la visigotizacion de la provincia de Soria" publicado en la revista Celtiberia, nos dice lo mismo de las piezas descritas en la tesis de Gisela Ripoll, pero aporta un dato nuevo, y es que su encuentro se produjo en "una aldea próxima a Berlanga"
Informabamos de la carta enviada al obispado de Vic pidiendo datos de las piezas y de la poca fortuna que habíamos tenido en esta empresa, pues ni entonces ni hasta la fecha, hemos tenido respuesta. El camarada Axinio en los comentarios nos daba la primera pista sobre el paradero actual de las piezas que puede estar en el Arqueologico de Barcelona. Parece que alguna de estas piezas (o las tres) se encuentran en este museo, como afirma Martín Almagro Basch, y el botín es mas amplio pues tambien en el Numantino de Soria hay piezas de Berlanga o de su comarca.
Nos hemos preguntado muchas veces si esa aldea "proxima" a Berlanga puede ser Castro o Peralejo de los Escuderos, ya que noticias fehacientes de otra más próxima con necropolis visigodas no tenemos de momento.
Continuamos con las pesquisas.

San Baudelio

Baudelio, en griego, significa inasequible al desaliento. Su fiesta se celebra el 20 de mayo.

Santo de los inicios del cristianismo, natural de Orleans, que predicó en Nimes cuando esta ciudad occitana pertenecía al mismo reino godo que la península ibérica. Es conocido también como Baudilio, Baudulo, Baudel, Baldiri, Boi y Boal.

En un bosque sagrado de Nimes fue martirizado, cuando echaba una enfervorecida reprimenda a los paganos alli congregados, para celebrar las fiestas natalicias en honor a Júpiter. Por el escenario de su muerte se le representa junto a una palmera y un hacha.

Cuentan que su cabeza, como la de San Pablo, dio tres botes separada del tronco, de los cuales brotaron tres fuentes. Allí mismo fue enterrado y a partir del siglo IV se comenzó a hablar de milagros, entre ellos las curaciones por tomar hojas de un laurel gigante que había nacido junto a su tumba. Uno de estos milagros fue contemplado por Teodorico, rey ostrogodo, junto a su nieto Amalarico, que sería rey visigodo en el siglo VI. Su fama de taumaturgo extendió su devoción por Francia y España donde es considerado patrón de hospitales y sanatorios.

No se sabe cual fue el paradero de su sepulcro, que se disputan varias iglesias. Parece seguro que su cabeza está en Santa Genoveva de París y que sus reliquias fueron dispersadas. Hay noticia de que algunas llegaron hasta Zahara y La Morera, pueblos de Badajoz. Según el Diccionario de Sebastian Miñano y Tomás López de Vargas, de 1827, en la aldea de Nódalo, del Señorío de Calatañazor, se conserva mucha parte de su cuerpo.

Nos informa el bloguero de SoriaCasiVerde, natural de este pueblo, que el día de su fiesta se veneraban unas reliquias y una imagen del santo que pudo desaparecer en un incendio, y que en la leyenda local el santo llegó al paraje del Hocino montado en un burro, donde fue recibido por los moradores que inventaron esta coplilla:

San Baudelio bendito,

de Casillas has venido,

en una borriquilla ciega,

a las piedras del Hocino.

Los de Casillas llegaron a recuperar al santo y ahi es donde los de este pueblo dijeron aquello de "No-dalo" que con tanta gracia contaba el actual alcalde de Caltojar cuando era guarda de la ermita.

En muchos otros lugares se ha conservado la veneración de San Baudelio. Tenemos noticia de una ermita de San Baudelio en el pueblo de Cigudosa y de un antiguo priorato de San Baudilio en el pueblo de Samboal, partido de Cuellar, donde hay una hermosa iglesia mudejar dedicada a este santo, iglesias de San Boal en Blascosancho (Avila), Villaflor (Zamora), Zorita de la Loma (Valladolid) y Salamanca.

En la foto, sacada de una interesante página sobre el románico (Círculo románico) se ven las figuras hieráticas y sentadas de San Baudelio, en el lado de la epístola (derecha) sin palmera ni hacha, que se han sustituido por un cetro terminado en flor de lis. Esta pintura es de las pocas que permanecen in situ. En el lado del evangelio, llamado asi porque allí se leían estas escrituras cuando el cura celebraba la misa de espaldas al pueblo, vemos tambien a San Nicolás de Bari, con báculo. La pintura original está en un museo de Cincinati. Otro santo que fue muy venerado en los primeros tiempos del cristianismo, que tuvo dedicada una de las antiguas parroquias de Berlanga, y que actualmente tras unas cuantas metamorfosis, es más conocido como Papa Noel.

El quinto mosquetero

D’Artagnan es un quinceañero alocado que sale de su casa paterna en la Gascuña, con quince escudos en el bolsillo, un escuálido rocín ocre, un bálsamo capaz de curar heridas, siempre que no estén muy cerca del corazón, una carta de presentación del capitán de los mosqueteros y dos consejos de su padre: "no temas las ocasiones" y "busca las aventuras".

En el camino a París pierde la carta, recibe una paliza y se encuentra con una mujer bella y misteriosa que será la causante de muchos de sus problemas posteriores.

Dumas padre parece que se inspiró en personajes reales para escribir Los tres mosqueteros en 1844

El mosquetero Celedonio, cien años después, subió a un tren en Soria después de darse una vuelta por una ciudad que no conocía y tomarse unos torreznos en la Casa de la Tía Apolonia, ilustre berlanguesa que tenía taberna en la Plaza de herradores. El tren lo llevaría a Barbastro tras muchas horas de viaje y unos cuantos trasbordos, donde le había correspondido hacer un largo servicio militar. El afan aventurero lo perdió por completo en aquellos duros años de posguerra en los que faltaba de todo, y a él y a sus cinco hermanos, también un trozo de pan con la frecuencia que el cuerpo tiene por necesidad.

Los consejos que recibió de su padre fueron los mismos que había escuchado desde que tenía uso de razón: "obedecer y trabajar, que a la gente honrada la quieren en to-los-laos"

En Barbastro sirvió en la cocina, y con cama y rancho asegurados, hizo como si no le faltara de nada, mientras soportaba docilmente el tiempo que tenía que pasar entre uniformes. Un capitán de cocina le preguntó una noche que cual era la comida típica de su pueblo, y sin pensárselo dos veces le contestó que el cardo con almendrucos, y le vino a decir, aunque con otras palabras, que en el sabor antiguo de esta comida de invierno, el veía mezclados en su justa dosis todos los olores de Berlanga, con el amor de su familia, mas unas salpicaduras de felicidad.

Después de la mili, un pariente le buscó trabajo en una fabrica de harinas de Zaragoza, donde ejercería de bestia de carga hasta su jubilación. El mismo pariente le presentó a la que sería su mujer, una moza de la parte de Agreda que trabajaba de zurzidora en un sótano lúgubre del Paseo de la Independencia, de donde el Celedonio la sacó antes de que perdiera la poca vista que le quedaba después de una rubeola intrauterina.

Hasta que murieron sus padres, El Celedonio aparecía un par de veces al año por Berlanga para ver a la familia y pasar unos días entre los paisajes de su infancia, esos que dicen que los lleva uno metidos hasta en el código genético. Después los hermanos, que ya andaban todos bajo otros cielos, vendieron la casa de las Yuberías, y dejó de visitar su pueblo con la misma resignación que había presidido toda su existencia, pero no por ello dejaba de relatar a sus tres hijas y luego a sus nietos, como eran los bailes y las diversiones de aquel pueblo que acababa de pasar por una guerra en la que nadie salió ganando, aunque algunos estuvieran convencidos de lo contrario.

Banda sonora: El mojado de Ricardo Arjona (vía Youtube)