7 de noviembre de 2012

Castigos ejemplares

Esta breve historia bien pudiera haber acontecido en Rello (Fuentepinilla, Berlanga, Gormaz, Caracena, Fresno...) en oscura fecha de la que no quisiera acordarme:

Acababan de cantar los gallos cuando, del camaranchón que hacía las veces de cárcel concejil, salió el reo a remolque del alguacil que tiraba de la cuerda que sujetaba sus muñecas. Cada treinta pasos el pregonero iba gritando: “¡Por vender pescado podre!. ¡Por vender pescado podre!”. 

Según atravesaban las calles de la población se iban agregando gentes curiosas, aún adormiladas, que fueron formando un cortejo que no tardó en desembocar en la pradera donde se celebraba el mercado semanal. Los comerciantes, que ya estaban empezando a montar sus tenderetes, se detuvieron durante unos instantes para observar al colega al que se le iba a aplicar el castigo, tras de lo cual siguieron con sus quehaceres no sin antes balancear conmiserativamente la cabeza. 

 El grupo, encabezado por el pregonero, el alguacil y su preso, se dirigió a un extremo del prado donde ya se alzaba un pequeño tablado de donde emergía verticalmente una elevada viga de madera coronada por una argolla, de la que colgaba una gruesa cadena de hierro en uno de cuyos extremos, apoyada en el suelo, descansaba la picota, una pequeña viga horizontal perforada por tres agujeros, simulando ojos que mirasen asombrados a los que se acercaban. Llegados reo y alguacil al tabladillo, el pregonero, dando por terminado su trabajo se mezcló entre los espectadores. 

Soltole las manos el sayón al condenado y, tras despojarle de la camisa, que arrojó a un lado, procedió a manipular el cepo que, como si de una gran mandíbula se tratase, cerró de un golpe sobre el cuello y ambas muñecas del cautivo, pasando a continuación a tirar del otro extremo de la cadena, el que pasaba por la argolla mencionada, hasta ajustar una altura en la que el recluso debería, si quería gozar de un mínimo de comodidad, apoyarse sobre sus rodillas, pequeña venganza personal por no haber recibido ningún óbolo por parte del reo. 

Tras echar una ojeada al conjunto de su obra, y dirigiéndose a su víctima, dijo:”Cuatro horas, hasta dentro de cuatro horas” y sin mas diose media vuelta y se dirigió a ocuparse de sus muchas obligaciones, entre las que entraban comprobar que los diferentes vinateros llegados a la feria no bautizasen excesivamente la mercancía. 

Y allí quedó el condenado, cada vez más solo, ya que una vez pasada la novedad, la multitud comenzó a dispersarse por el mercadillo. Ahora solo le quedaba esperar que la chiquillería del lugar no fuese demasiado cruel y se limitaran a arrojarle bostas de vaca o de caballería, aunque no era raro que, en estas cuitas, también se colase algún morrillo. De momento se concentró en no perder de vista, vigilante, su camisa, que yacía en un extremo del tabladillo hecha un gurruño, mientras pensaba.”Bueno, por lo menos, a estas alturas de mayo, el sol no castigará demasiado en estas cuatro horas..."

La población de Rello cuenta con uno de los escasos ejemplos de rollo de jurisdicción señorial que es al tiempo picota. Se trata de una bombarda del siglo XVI con cinco argollas de sujeción, siendo uno de los más interesantes, y el único de metal, en España. De esta picota procede el trabalenguas que recitan los niños de las Tierras de Berlanga y Medinaceli en las escuelas y dice así El rollo de Rello es de hierro


Hemos citado arriba las picotas que quedan por Berlanga y sus contornos. Muchas desaparecieron a tenor de una ley de la Constitución de Cadiz, que ya entonces la mayor parte de los pueblos se pasó por el forro. Tenemos que hacer una referencia obligada a la que con toda seguridad hubo en Andaluz y de la que no queda ni rastro, probablemente porque al cambiar la jurisdicción del Señorío a Fuentepinilla, sería desmontada o reutilizada en alguna otra obra comunal.

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