-Como gallo vuestro que soy, os conmino a que despejéis la subida a la iglesia, que no es lugar apropiado para vuestros cotilleos- dijo el gallo con evidente mala leche.
Las gallinas reaccionaron con rapidez, cambiando el rumbo hacia los muros desvencijados de unos pajares
Eran gallo y gallinas, los únicos habitantes de las calles de Valderrueda a esa hora de la tarde, si no contamos al gato, que enseguida desapareció por una gatera.
-Pues mi abuela -dijo una gallina- recordaba haber oído que La Soraya venía por aquí con su tío Virilo, a vender el pan.
-Pues si viniera ahora no vendería ni un colín, porque cada año que pasa quedan menos humanos por estos pueblos. ¡Si casi somos ya más gallinas que personas! -dijo otra gallina altanera y orgullosa.
-Y sin casi -dijo la gallina más sabihonda de todas, que ocupaba interinamente el puesto de secretaria del gallinero, por desaparición de la titular, se cree que víctima de un guiso de arroz.
-Y, siendo la susodicha, orihunda por parte materna de estos territorios, ¿no sentirá cierta comezón, al contemplar la agonía en que se van sumiendo? -replicó una vieja gallina de tornasolado plumaje.
Todas las gallinas bajaron la cabeza y meditaron largamente las sabias palabras de la más vieja.
En eso, volvió el gallo inquieto a dar otro golpe de timón, y condujo el grupo hasta el gallinero, con lo que nos quedamos sin conocer más detalles de esta jugosa y gallinácea conversación.
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ResponderEliminarNo sabía yo estas cosas de la Soraya. Tuve que buscar más información para cerciorarme si las gallinas hablaban de la Soraya que a mí me sonaba; y sí, cuadraba: su madre era de aquí.